Director General: Julio Alberto Rubio Pérez

REBELIÓN DE REGIDORES A TOMÁS YARRINGTON CUANDO LO QUERÍAN EXTORSIONAR…

Julio Alberto Rubio - 23 agosto, 2024

Archivos Revista Vertical No 9. Enero 1 de 1995 Género: crónica Todo empezó […]

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Archivos Revista Vertical No 9. Enero 1 de 1995
Género: crónica

Todo empezó el 26 de diciembre de 1995. Los regidores lidereados por Ciro Ortiz Castillo y Juan Villafuerte Morales, decidieron hablar con el resto del cuerpo edilicio para darle al entonces alcalde priísta Tomás Yarrington, “una sopa de su propio chocolate”, que consistía en exigirle un “apoyo económico” bajo la amenaza: “si no hay dinero, no vamos al cambio de poderes municipales”. Es decir lo querían extornar.

Para el jueves 28 de diciembre a la una de la tarde, el rumor era general en las oficinas de síndicos y regidores, secretarias y auxiliares de intendencia comentaban: “los regidores están enojados con el presidente municipal, porque parece que no les repartieron bien el dinero que les correspondía por fin de año”.

En la sala de juntas de regidores por orden de aparición: Juana María Garza, Ciro Ortiz Castillo, Luis Ariceaga, Carlos Gaviña, Juan Villafuerte, Israel Lozoya, Abraham Reyes, Ernesto Luna, Emilio César de León, Fernanda Montés y Armando Villanueva; el recinto era todo una bola de humo de cigarrillos. Unos masticando chicle otros tomando café, leyendo “Insólito” o platicando.

Los regidores impacientes esperaban al alcalde Tomás Yarrington al que le habían aplicado la Ley del Hielo, al dejarlo solo que hiciera uno de sus últimos recorridos “entregando obras”.

Ya lo sabía perfectamente que todo el cuerpo edilicio, excepto Arnoldo Gutiérrez López, el síndico Jorge Pérez González y Gilberto Cantú eran los únicos que no se habían rebelado.

El miércoles 27 por la tarde se reunió con ellos para afinar lo de la entrega de la administración y todos estaban muy cambiados.

Justificaban su postura exigente irrespetuosa al “señor presidente”, porque el día de la ceremonia del cambio no se les quería dar en la escenografía el mismo nivel que al cuerpo de regidores entrante, pero su conformidad iba más allá, sabían que el ex de Recursos Humanos Juan Martínez López, había huido con los 179 mil nuevos pesos del fondo de ahorros, conocían también que los funcionarios más cercanos al presidente municipal habían recibido compensaciones extraordinarias que incluso duplicaban el salario nominal, y ellos entre sí, se miraban: había llegado el final del año y de la administración y no se les había atendido como en los buenos tiempos donde las arcas municipales se abrieron a sus pies hasta rayar en el despilfarro vía prestamos fantasmas y compensaciones. A ellos nada pero el patrón y sus allegados iban con sus bolsas retocadas de dinero.

A las dos de la tarde, —del 28 de diciembre— apresurado y seguido por Rafael González Benavides, secretario del ayuntamiento, Tomás Yarrington entró al área con regidores. No podía ocultar su enojo.

Ciro Ortiz Castillo regidor del sector magisterial se encontraba sentado casi dando la espalda, Tomás le reclama, más o menos en estos términos: “Quiero pensar que todo lo que traes es una inocentada”.

Ciro agachó las orejas. No lo enfrentó. Tomás dio la media vuelta y se dirigió a la sala de regidores donde pretendió someterlos a base de regaños pero reaccionó: el lugar no era propicio. Enseguida salió mientras sus guaruras —armados— le franqueaban el paso. Sonó la chicharra que da acceso al área presidencial y se ocultó en su búnker.

A los pocos minutos, Rodollo McLane, regresó, para decirles a los regidores:
“Les habla el jefe. Los está esperando en su oficina”.

Uno por uno, como borreguitos fueron saliendo de la sala de juntas.
Las puertas se abrieron de par en par. Secretarias y auxiliares del alcalde se veían unos con otros, “anda enojado el jefe porque los regidores quieren dinero y dicen que si no les dan lo que piden, lo van a dejar que vaya solo a entregar el ayuntamiento a Sampayo”.

Entraron todos. Se hizo el silencio.
A piedra y lodo cerraron puertas.
Adentro en el espacio de la oficina del alcalde apenas se podían acomodar.

Rafael Gonzalez Benavides, secretario del ayuntamiento, ya había hablado con los regidores. Estaban renuentes. No querían entender. Querían dinero. El funcionario les había explicado que era una obligación moral no con el alcalde, sino con la ciudadanía matamorense estar presentes en la ceremonia del cambio de poderes municipales.

“Como es sesión solemne a la que tiene que asistir el cabildo, si no nos brinda el apoyo que necesitamos, no vamos a ir. Ya lo decidimos… siempre nos ha hecho a un lado, esta vez que vaya él solo a ver como se va a ver… Ahora sí nos necesita, pero cuando nosotros le solicitamos que nos apoyara, nos puso muchos obstáculos”, estos fueron entre muchos los sentires de los regidores.

Ya de frente, encerrados junto al alcalde las miradas se cruzaron. Fue el propio Tomás el que rompió el hielo. Quería comérselos con los ojos, su voz suave, pero colérica retumbó en las cuatro paredes de su despacho. Furioso los regañó, les dijo:

“Por qué me hacen esto, ahora que ya estamos por terminar. Por qué andan por allá platicándose, hablando, quejándose del presidente municipal. A ver digan, hablen, ya que estamos aquí díganme aquí lo que me tienen que decir, para qué se esconden”.

Les cuestionaba molesto:

—“¿Por qué quieren más apoyos? Saben que no hay dinero, el Gobiemo del Estado me cerró las puertas.
Entiendan, en Matamoros no ganó el PRI, ganó la oposición, el PAN.
Entiéndanlo, desde hace un mes la gente me da por muerto, desde esa fecha ya no tengo nada que darles.
Esto se acabó, ¿por qué insisten?…
¿Por qué no quieren entenderlo?”

Ciro Ortiz Castillo, artífice de la rebelión edilicia, fue quien respondió de inmediato al jefe de la comuna:

“No solamente es lo del apoyo, señor presidente, son muchas cosas por las que hemos pasado y es lo que nos hace sentir muy mal. Nosotros, miembros del cabildo, tenemos un
sentimiento con usted, pero quiero decirle que aunque este sentimiento no es personal, nos hace sentimos mal porque de su parte hemos tenido muchos rechazos. Son muchas cosas que no voy a particularizar, pero por mencionar alguna le diré por ejemplo de los obstáculos que siempre hemos tenido para acercarnos a usted.
Nunca hemos sido bien recibidos”.

Tomás apechuga, trata de desviar el encono de los regidores.

Tomás, como miembro de una compañía de teatro, toma posturas, modula la voz, se monea y aprovecha el instante para pasar de ofensor a víctima:
“Estoy muy indignado con ustedes. quiero que entiendan, vean bien las cosas, vamos a concluir bien lo que queda de administración, hemos trabajado mucho muy duro estos tres años. Vamos a salir bien.
Realmente mi indignación es mucha porque yo de ustedes esperaba más. Me molesta mucho lo que ahora están haciendo, es injusto. Ya nos vamos”.

Juan Villafuerte Morales, lo atajó: “No sé porque esté indignado con nosotros. Siempre lo hemos apoyado señor presidente. Ahora nosotros queremos decirle que si usted está indignado con nosotros, nosotros no lo estamos con usted, a pesar de todo, lo seguimos considerando nuestro amigo”.

Tomás arremete, implícitamente los tachó de ignorantes:

“Siempre les he dicho, entérense de las cosas, estén al tanto de lo que sucede en el Estado. Yo los invito a que lean, a que vean las cosas, a que entiendan la política. Tomen en cuenta lo que hace el gobernador, lo que dice. No vengan nada más a reclamarme, a decirme, a acusarme o a reprocharme. Hemos hecho muchas cosas, vamos a irnos contentos… Aún vean, yo me voy con la conciencia tranquila. A mí me echan la culpa de que el PRI haya perdido aquí, porque dicen que la responsabilidad directa de que ganara la oposición dicen es del jefe político del municipio, que en este caso yo soy, pero yo no soy el culpable”.

Había ganado Ramón Antonio Sampayo del PAN y perdió por el PRI, Homar Zamorano Ayala, hijo putativo de Manuel Cavazos Lerma, a quien Tomás nunca había querido.

Se vuelve a hacer la víctima:

“Díganme, ¿qué puedo hacer en estos momentos?, si ustedes están sufriendo, yo también estoy sufriendo consideren que perdió el PRI, que el Gobierno del Estado por ese motivo me está cerrando las puertas. Ya no hay nada para Matamoros, ya no hay nada para esta administración. Todo hubiera sido diferente si gana el PRI, entiéndanlo”.

Después de la regañada y de la explicación, los ánimos se calmaron, Emilio César de León y Ciro Ortiz Castillo, coincidieron: “Discúlpenos señor presidente, tal vez hubo una mala interpretación”. Se dieron la mano unos con otros. Los regidores salieron con las caras largas.

—Señor regidor ¿de que se trató la reunión? —Se le pregunta a Ortiz Castillo—.
—De nada, sólo nos estábamos poniendo de acuerdo para lo de la ceremonia del cambio de administración.
—¿Y por qué los regañó el alcalde?
—¿Regaño?
—Sí, porque les dijo que no tenía apoyos para darles, que entendieran que él desde hace un mes ya estaba muerto porque aquí había perdido el PRI.
—No, no es cierto eso.
—¡Ah!, ¿no es cierto, entonces por qué usted le reclamó al alcalde y le dijo fuerte que los regidores tenían contra él un sentimiento?
—¡Ay, cabrón…! ¿Cómo te enteraste…? ¿Quién te dijo…?

Discúlpame, pero ya no quiero hablar más del asunto porque es algo muy delicado. Al menos yo, no, búscate a otros regidores que te digan, porque yo no.

Para esos momentos todos los regidores habían desaparecido. Rápido bajaron las escaleras y abandonaron el edificio.

El monto de lo que solicitaban los regidores no se conoció, pero se supo —como ya se dio a conocer ampliamente en el número uno de esta Revista Vertical— que en los tres años de la administración que presidió Tomás Yarrington a cada uno de los integrantes del cuerpo edilicio se les autorizaron sumas monetarias manejadas como “préstamos” —que nunca pagaron de sus bolsillos— por cantidades que sumadas rebasaron los 50 millones de viejos pesos. Esto independientemente de su sueldo y prestaciones.

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