Como si se tratara de un aviso de alerta, el jueves 11 de […]
Como si se tratara de un aviso de alerta, el jueves 11 de agosto del 2005 en la planta de gas ideal que se ubica en el kilómetro uno del Sendero Nacional, una manguera de abastecimiento de butano reventó mientras se llenaba una pipa. Eran apenas las 7:30 horas cuando la nube de gas envolvió un área de aproximadamente 40 metros cuadrados sin que las cosas llegaran a mayores, pues entre el susto y la desesperación al chicoteo de la manguera en mal estado uno de los operadores logró cerrar la válvula principal y se evitó la catástrofe.
Pero, por la tarde, a las 15:00 horas, en el poblado Lucio Blanco ubicado a 35 kilómetros al poniente de Matamoros por la carretera a Reynosa, nadie pudo evitar el siniestro que fue devastador, después de que una pipa de gas doble remolque impactó al tren. Fue cuestión de tiempos, pues todo hace indicar que el chofer del tráiler quiso ganarle el paso a la mole de hierro por lo que los maquinistas accionaron el silbato pero nunca disminuyeron la marcha y se dió el impacto precisamente en el espacio donde se unen el primer tanque con el segundo. Al choque, uno de los tanques, ya suelto explotó, mientras que el otro quedó ganchado al tractor, del lado poniente de la vía.
Fueron de golpe 30 mil litros de gas butano los que detonaron sobre la cinta asfáltica. Con la explosión, esta gigantesca bolla se partió en pedazos haciendo volar por el aire los trozos de acero como si se tratara de tiras de cartón, al mismo tiempo que una camioneta pick up blanca manejada por José Manuel Rivera y su esposa Alicia Garza que se dirigían a Matamoros, se vieron envueltos en una gigantesca bola de lumbre de la cual no pudieron escapar y a lo lejos se escucharon sus gritos de dolor al ser abrazados por las lenguas de fuego.
“Explotó y toda la lumbre se fue a mi negocio y nos quemamos, yo y mi niño. Tenía un niño de 4 meses pero gracias a Dios vivimos, y no me quiero acordar ya…” cuenta la señora Imelda Buenrrostro cubierta de lágrimas al recordar aquel terrible suceso que la marcó de por vida.
De inmediato los moradores del lugar empezaron a salir de sus casas a la calle para ver que es lo que estaba pasando pues creían que el siniestro se había generado en la gasolinera que se encuentra en el cruce de las vías del fenocarril y carretera a Reynosa.
Sin embargo, la realidad era otra, descubrieron que una pipa había sido impactada por el tren y cuando trataban de acercarse para prestar ayuda, en esos momentos sobrevino la segunda explosión del otro tanque que contenía también 30 mil litros de gas butano que una de las dos partes en que se rompió voló por los aires para ir a caer a 400 metros del lugar del choque precisamente en el área más densamente poblada, en la calle uno, poniente, frente a la casa marcada con el número 88, propiedad de Felipe Salazar.
Este hombre al momento de escuchar la primera explosión se paró a media calle mientras se resguardaba de los rayos del sol bajo la sombra de un árbol, de pronto escuchó otra detonación y observó a lo lejos que una bola de fuego se dirigía hacia donde él estaba y con todas las fuerzas de sus pulmones mientras corría hacia su casa les gritó a su esposa y a sus nietos:
“Sálganse de la casa pronto, porque está cayendo algo del cielo y nos va a aplastar”.
Apenas había acabado de pronunciar las primeras palabras de alerta y se disponía a poner a salvo a uno de sus nietos cuando una luz potente iluminó con intenso calor el lugar, y tras el impacto la tierra tembló.
Los ojos desorbitados de este hombre de aproximadamente 60 años, alcanzaron a ver como esa bola de lumbre, que no era otra cosa que la mitad del tanque que explotó, se había impactado sobre su camioneta Ford Ranger cabina y media color rojo que estaba estacionada frente a su vivienda.
Como pudo cargó con los niños junto con su esposa y corrieron rumbo a un dren que está al sur para poder ponerse a salvo. Apenas habían avanzado un corto tramo cuando un vehículo, cuyos tripulantes también trataban de ponerse a salvo, los retiraron más del lugar.
“Yo tenía un negocio de aquel lado y mi sobrino que estaba haciendo aquí un trabajo, entonces cuando estaba trabajando le pegó la explosión en la espalda y luego fue a ver a sus hijas. Cuando regresó se acordó de sus papás, vino a ver y aquí quedó tirado en el tope que está aquí enfrente, allí quedó.” Recuerda Antonio Santiago, residente del poblado Lucio Blanco.
A unas cuantos metros de donde se ocasionó el siniestro, el albañil Armando Zavala hacía sus labores en una construcción donde zarpeaba una pared, cuando de pronto empezó a darse cuenta que el andamio en que estaba trepado bailoteaba, y al sentir sobre su espalda pequeñas bolas de fuego que le quemaban intensamente aventó su herramienta de trabajo y buscó ponerse a salvo saliendo a la calle.
De entre las lenguas de fuego vió cómo hacia él corrían dos personas convertidas prácticamente en teas humanas, ya pelones pues la lumbre los había alcanzado alcanzado con la misma fuerza con que muchas de las varillas de acero que transportaba el tren se habían fundido, y otras estaban al rojo vivo.
“Auxilio, ayúdenme, ayúdenme a sacar a uno de mis compañeros, allá se quedó arriba de la máquina y se está quemando”, imploraba uno de los maquinistas mientras se lanzaba sobre un zacatal para apagarse el fuego que le brotaba de sus ropas. El cuadro era lastimoso, pues cada que los maquinistas se revolcaban entre el pasto tratando de deshacerse de las llamas, éstas se reactivaban más por lo seco y las altas temperaturas del ambiente.
Pero el sufrimiento por el que pasaban los maquinistas, tal vez, era menor que el que padecía la joven Basilia Martínez Pérez, de apenas 17 años de edad, que al momento del siniestro se encontraba laborando en el puesto de artesanías instalado a un costado de donde ocurrió el hecho, al momento de la primera explosión fue prácticamente tragada por las llamas. Acabó calcinada, fulminada, y aunque fue trasladada con premura para recibir atención médica en el Hospital General ya nada se pudo hacer, pues sus órganos vitales se quemaron.
Los primeros en tratar de prestar auxilio después de la explosión fueron los trabajadores de la gasolinera que se encuentra a unos metros del lugar, pues de inmediato los despachadores se hicieron de los extintores y empuñándolos trataron de combatir el fuego, pero resultó infructuoso pues era como querer apagar un volcán en erupción con una cubeta de agua.
Protección Civil ordenó el acordonamiento del área con el auxilio del ejército y los clubes de Radio Ayuda de Banda Civil como “Los Delfines”. También se requirió del apoyo de Tránsito Local y de la Policia Preventiva, en tanto que los bomberos comandados por Silvestre Arellano realizaron un excelente trabajo.
En este siniestro quedó establecido que hubo 44 heridos y 1 muerto en el momento de la explosión. En el poblado Lucio Blanco, a día de hoy se recuerda con gran consternación lo acontecido ya hace 19 años. Un día de tristeza y dolor, que dificilmente se borrará de la memoria de sus habitantes.