Director General: Julio Alberto Rubio Pérez

SALIERON DE SAN LUIS DE LA PAZ, GUANAJUATO, PARA IR A TEXAS, PERO SE LOS TRAGÓ LA TIERRA EN MATAMOROS…

Oscar TreviñoJr. - 3 septiembre, 2025

Fueron 22 peones los que salieron de su tierra en San Luis de […]

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Fueron 22 peones los que salieron de su tierra en San Luis de la Paz, Guanajuato, encabezados por el coyote Juan Castillo con destino a Texas para trabajar, pero en el trayecto, justo en Matamoros, se los tragó la tierra.

Cada uno de ellos, indocumentado, tenía la esperanza de cruzar el río Bravo a los Estados Unidos de Norteamérica, para encontrar un trabajo y tratar de enviar dinero para el sostén de su familia.

Ese caluroso 2011 se intensificó la guerra entre el gobierno de Felipe Calderón y las bandas de delincuentes, sobre todo allá en Tamaulipas con El Cartel del Golfo y Los Zetas, porque un año antes, estos narcos sin compasión, aniquilaron a 72 migrantes centroamericanos en un rancho de San Fernando, Tamaulipas.

Desde entonces se decía que en San Fernando o tramos cercanos, hombres armados secuestraban autobuses y obligaban a bajar a todo aquel que pareciera migrante. A los viajeros se les alertaba de secuestros, ejecuciones y reclutamientos forzosos.

Pero nada de esto atemorizó a los 22 de San Luis de la Paz, Guanajuato, podía más tener el dinero suficiente para ofrecer un plato de comida a sus hijos, que esas leyendas de encapuchados con ametralladoras y armados hasta los dientes.

Acostumbrados por generaciones a migrar a Estados Unidos, la gente se acostumbró a días de silencio, pero está vez pasaron semanas y nada se sabía de los 22 migrantes, cuando una noche en los noticieros, vieron que otra vez en San Fernando, descubrieron decenas de fosas clandestinas con cadáveres.

Apenas amanecía, cuando la comunidad comisionó a cuatro personas Hugo Guzmán, Erick Salazar, Hugo Coronilla y Raúl Pérez, para que viajaran a Matamoros, Tamaulipas y buscaran entre los cuerpos de los asesinados a sus 22 desaparecidos.

Pero en Matamoros, las autoridades estaban rebasadas por las miles de personas en las instalaciones del Servicio Médico Forense, buscando indicios entre los 193 cuerpos encontrados en las fosas clandestinas.

Pero todos ellos se toparon con la orden directa del entonces gobernador priísta de Tamaulipas (hoy millonario), Egidio Torre Cantú, se formó una muralla de burocracia, que llevaron separado de la FGR sus investigaciones:

-¿Su familiar salió de Matamoros en autobus y pasó a San Fernando?

-Si.

-Entonces presente su denuncia en San Fernando.

Pero en San Fernando, preguntaban en la fiscalía al denunciante:

-¿Su familiar, salió de Matamoros?

-Si.

-Tiene que ir a Matamoros a denunciar -era la respuesta-.

-¡Oiga pero de Matamoros, me mandaron aquí a San Fernando!

-Mal hecho, es en Matamoros, ¡regresese!

Los que buscaban entre los muertos tenían la esperanza de que las autoridades cotejaran cuerpos con la foto que entregaban del desaparecido, pero solo fue anexada a la carpeta de investigación, todo era inútil.

A pesar de que una parte de los cuerpos estaban irreconocibles, se hicieron exámenes genéticos esperando identificar a quienes fueron lanzados a una tumba, muchas de ellas al aire libre, sin tapar y otros pozos, con cabezas humanas entre paredes de tierra, ¡hasta infantes!

Entonces un equipo de médicos, enfermeras y secretarias encabezado por un Ministerio Público local, llegaron a San Luis de la Paz y solicitaron a las familias que interpusieran las denuncias penales por la desaparición de los 22 viajeros.

Practicaran los exámenes genéticos que, supuestamente serían cotejados con los cadáveres en Matamoros, Tamaulipas, pero todo fue una vil mentira.

Los días pasaron y para los que estaban en Matamoros, la espera afuera de las instalaciones del Servicio Médico Forense, nadie les informaba, cuando compararían las pruebas.

Con los ojos llorosos, casí sin dinero, mal comidos los cuatro hombres cabizbajos regresaron a San Luis de la Paz, sin poder proporcionar a sus familias, vecinos y amigos, una respuesta a la pregunta de que si los 22 desaparecidos estaban en las tumbas clandestinas de San Fernando y pasaron a Matamoros.

Partieron a sus casas con una fría promesa:

“Esperen información en su tierra, vayanse, aquí nada sabrán.”

En las misas se rezaba porque aparecieran esas 22 personas, las lágrimas nunca se acabaron, se hicieron mandas a Dios, a la Virgen de Guadalupe, a todos los Santos y nada.

Pero una información escueta, perdida en el noticiero, levantó al pueblo, porque en un operativo policíaco y militar, más de 60 migrantes habían sido rescatados en una casa de seguridad en Reynosa, Tamaulipas.

Los datos eran muy escuetos, sin nombres o lugares de origen de los rescatados. Lo único era una foto de muy mala calidad, que mostraba a un grupo de hombres, tal vez abatidos, sentados en el piso de un patio.

En la imagen así de rápido que pasaron en las pantallas, la gente buscaba algún indicio de que su pariente estaba en el grupo. La tarea era imposible porque las caras fueron borrados digitalmente.

Allí se dieron cuenta que nadie en los gobiernos de Guanajuato y Tamaulipas, cumplieron con su compromiso de mantener informados a los familiares, ni caso les hicieron.

De hecho, para estas fechas nadie sabía con exactitud, que había pasado con las denuncias penales y los exámenes ADN, por eso, un grupo de familias comisionaron a cuatro mujeres para que viajaran a la capital del país y exigieran respuestas a sus preguntas.

Con su paciencia al límite, Minerva Hernández, Verónica Coronilla, Carmen Hernández y Esthela Trejo, esposas, prima y hermana de algunos los desaparecidos, se fueron a la Ciudad de México.

Con ellas llevaban una carta dirigida a la entonces procuradora general de la República, Marisela Morales Ibáñez: “han pasado casi cuatro meses y aún no sabemos los resultados de las pruebas ADN y si corresponde nuestra sangre a la de algunos de los cuerpos de San Fernando”.

Minerva, Verónica, Carmen y Esthela fueron escuchadas y apoyadas por los medios de comunicación nacionales e internacionales, hasta por el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad, del poeta Javier Sicilia, decidieron involucrarse en la búsqueda de los 22 migrantes perdidos.

Su primer deseo fue ver sin filtros o rostros distorsionados la fotografía del operativo en Reynosa. Allí vivieron su primer decepción: ¡No eran!

Tras casi una semana en México, Minerva, Verónica, Carmen y Esthela por lo menos ya estaban seguras que sus familiares no se encontraban entre los rescatados del operativo en Reynosa.

La Basílica de Guadalupe, recibió ese día a las cuatro afligidas mujeres, gimoteando y con las mejillas encendidas por sus lágrimas pidieron el mismo milagro: que todos, regresaran sanos y salvos.

Tal vez esas 22 personas pudieran estar en un rancho allá entre matorrales de Veracruz, Nuevo León o Tamaulipas, porque debe ser horrible perder a un familiar víctima del narco y toparse con la indiferencia del gobierno.

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