Abrazada al cuerpo de su hijo Josué García, Tortolita, tendido en la calle acribillado a balazos, doña Panchita estalló entre lágrimas:
Abrazada al cuerpo de su hijo Josué García, Tortolita, tendido en la calle acribillado a balazos, doña Panchita estalló entre lágrimas:
“Exijo justicia, mi hijo no le hacía daño a nadie, porque todos los días se levantaba temprano, agarraba su pistola de mentiras para asustar a la gente y los asaltaba”.
La mirada de los curiosos antes afligidos que estaban alrededor de doña Panchita de pronto cambió, del asombró pasó al enojo y poco a poco se empezaron a retirar abandonándola, en tanto otros, al ver al hombre que mató en defensa propia a su rival, de lejos le levantaban el pulgar al verlo detenido en la patrulla policíaca.
Para doña Panchita, su hijo era un amor de Dios, de pequeñito era obediente, noble, pero conforme empezó a crecer en la escuela primaria de su pueblo en Amatitlán, Guatemala, las malas compañías lo absorbieron.
Debido a que peleaba constantemente por cualquier motivo, en la secundaria se le acabaron las oportunidades y prácticamente dejó de asistir, se abandonó para adentrarse en las pandillas pintándose el cuerpo para lograr mayor aceptación.
Con su inseparable Brody, Vidal Alfredo Barillas Herrera, de 26 años, Tortolita, que medía 1.60 de estatura, de tez blanca, pero lleno de tatuajes, decidieron asaltar el 26 de marzo por la mañana a los pasajeros de la primera ruta que apareciera.
En un autobús de la ruta al Pacífico, localidad de Esmeralda, Amatitlán, Tortolita que se veía frágil, pero con el Diablo dentro, hizo la parada y ya con el transporte detenido por el chofer, fue el primero que subió allá por la autopista Palín-Escuintla:
“Esto es un asalto, saquen todas sus pertenencias y se las entregan a mi compa”-en tanto amagaba con su pistola-.
Los pasajeros sorprendidos, se voltearon a ver unos con otros, pero uno de ellos sacó una pistola para disparar varias veces sobre Tortolita, así, cayó en el pasillo en tanto su cómplice Vidal, solo bajó los escalones para escapar corriendo.
Tortolita boqueaba sangre, Vidal en su huida se falseó un tobillo, por eso fue detenido por la gente y entregado a los policías que andaban en su búsqueda.
Poco tiempo después, los paramédicos de Protección Civil llegaron al lugar de los hechos, bajaron el cuerpo del autobús con el permiso del Ministerio Público, para hacer la inspección del cadáver.
La muerte de Tortolita llegó a oídos de su madre, que fue al lugar de los hechos llevado en carro por una vecina para verificar si se trataba de su hijo.
Al bajar del vehículo y ver el cuerpo como a media cuadra de distancia, comenzó a gritar: ¡Justicia! ¡Justicia!
Se acercó, abrazó a su hijo y estalló en llanto:
“Me lo mataron…Exijo justicia porque Josué no se metía con nadie. Él sólo usaba el arma para asustar a la gente, pero nunca le disparó a nadie”.
Pero sucede que Tortolita, también trabajaba como mototaxista en las cercanías del hospital de Amatitlan donde estudiaba las rutas, a donde llevaron a su cómplice para recibir atención médica.
Cuando curiosos y elementos de la Policía Nacional Civil, escucharon lo que decía la mamá de Tortolita, poco a poco se alejaron borrándose las lágrimas, pero buscando la cara del que mató en defensa propia. Cuando lo veían le guiñaban un ojo y hacían la clásica señal de pulgares para arriba.