Para José, Dios le habló, le encargó quemar el Santuario de la Santísima Muerte, ubicado en Eje vial Lázaro Cárdenas con Manuel Doblado: cumplió al pie de la letra, derribó todas las veladoras encendidas y cuando todo prendió, salió para contemplar su misión, sonriendo, disfrutando sorbos pequeños de su Tecate de 473 ML, bien fría.
Para José, Dios le habló, le encargó quemar el Santuario de la Santísima Muerte, ubicado en Eje vial Lázaro Cárdenas con Manuel Doblado: cumplió al pie de la letra, derribó todas las veladoras encendidas y cuando todo prendió, salió para contemplar su misión, sonriendo, disfrutando sorbos pequeños de su Tecate de 473 ML, bien fría.
Justamente cuando el crepúsculo aparecía en Ciudad Victoria, Tamaulipas, algunos vecinos alarmados, llamaron insistentemente por celular a la estación de Bomberos, mientras otros tantos fueron a curiosear por el Santuario abierto al público.
Fue allí cuando vieron a José sentado en el suelo, disfrutando de su chela, mientras se oía el crepitar en el interior del Santuario pintado de rosa con ribetes en negro:
-¿Ey qué estás haciendo allí? -preguntó uno de los vecinos-.
José movió la cabeza por fijar su mirada en el vecino angustiado, pero instintivamente se movió un poco para sacar de la bolsa delantera de su pantalón de mezclilla, una navaja de una hoja, la que abrió.
Enseguida se puso se puso de pie, sin soltar su cerveza y mirando fijamente al vecino le respondió blandiendo el arma blanca:
¡Dios me habló, me dio la orden de quemar el Santuario de la Santísima Muerte porque es pecado!
Apenas el vecino le iba a responder, cuando llegaron los elementos del H. Cuerpo de Bomberos a toda velocidad. Estacionaron la unidad y procedieron a hacer las maniobras, pero José empuñando su navaja, se opuso a los primeros que intentaron ingresar a las instalaciones bardeadas.
Desesperado el bombero preguntó:
-¿Oiga qué le pasa?, déjenos pasar
-¡Ustedes no se muevan!, Dios me puso aquí, tengo una misión celestial, me dijo que quemara esto, así que váyanse o se los va a llevar la muerte.
La tensión aumentaba, por un lado el interior del Santuario de la Santísima Muerte consumía parte de las ofrendas, las reducida a ceniza, estallaban con el fuego las botellas llenas de tequila de diferentes marcas.
Las Rosas, Margaritas, Nardos, las flores de Cempasúchil, la mariguana, el tabaco, las empanaditas, entre otras ofrendas, eran presa de la lumbre, mientras los bomberos se veían unos con otros, hasta que arribaron los elementos de la Policía Estatal.
Fue allí cuando los policías rodearon a José, al saber que impedía que los bomberos apagaran la lumbre del Santuario de la Santísima Muerte. Uno de los azules, el clásico gordo grandote que se le cuadra.
Ambos acordaron ante la vista de todos, que se iban a aventar un tiro a mano limpia, nada de navajas, ni de pistolas, así que José puso sus pertenencias a un lado de la llanta delantera del otro carro patrulla.
Se dieron un juntón, el policía gordo grandote lo sometió y de inmediato como abejas, que se le prenden a José otros policías y en la trompa del autopatrulla, lo esposaron y se lo llevaron al 2 Zaragoza, donde quedó a disposición de un Juez Calificador.
Con el camino despejado, los bomberos se pusieron a jalar para sofocar el fuego, mientras al fondo del Santuario se veía imponente la estatua macabra, ennegrecida, de la Santísima Muerte, con las manos juntas.
Pero los bomberos se sentían molestos, porque ni siquiera había suficiente agua para beber en los hogares de Ciudad Victoria y el borracho, provocando incendios.
Algunos vecinos y curiosos, aseguraron sentirse mal, aparte de la adrenalina por José, la Policía, los Bomberos, los de Protección Civil, se sentía la presencia de algo que los hizo sentir incómodos.
Al otro día, José amaneció en la barandilla policíaca, ni se acordó de Dios, ni de la Santísima Muerte, solo quería agua y mucha. Esa fue la historia de José, un 31 de marzo, allá en su tierra Ciudad Victoria, Tamaulipas.