Los hermanos Miguel Ángel y Omar Treviño Morales, el Z-40 y el Z-42, […]
Los hermanos Miguel Ángel y Omar Treviño Morales, el Z-40 y el Z-42, líderes de Los Zetas, enfrentan acusaciones de narcotráfico, homicidio, lavado de dinero, crimen organizado, delitos que podrían llevarlos a cadena perpetua o incluso a la pena de muerte porque aniquilaron a los habitantes de Allende, Coahuila y las autoridades, sus cómplices, guardaron silencio.
Los Zetas, extraditados a Estados Unidos el 27 de febrero y actualmente permanecen bajo custodia en Washington, aunque llenaron de luto a nuestro país, al ejecutar a mínimo 26 personas en Allende, Coahuila, pero dio escalofrío, cuando las autoridades cerraron los ojos, los dejaron hacer una sangrienta venganza.
Fue un 18 de marzo de 2011, decenas de camionetas con hombres armados, con la letra Z en su ropa, en las puertas de sus vehículos, ingresaron al municipio de Allende, Coahuila.
Sicarios de Los Zetas, recorrieron las calles con toda tranquilidad, irrumpieron en casas y ranchos, secuestraron familias completas, a los niños los arrastraban de los cabellos para darles el tiro de gracia en la cabeza, destruyeron propiedades con antorchas humeantes de venganza.
Durante todo un fin de semana, el grupo criminal de Los Zetas, tomó el control de Allende, Coahuila, mientras las autoridades locales se abstuvieron de intervenir, la policía ni siquiera por curiosidad salió a ver.
Con toda saña, Los Zetas, incendiaron casas y ejecutaron a sus víctimas que gritaban piedad, imploraban paz, rogaban por sus madres, por sus padres, sus hijos, esposas:
“¡No me maten, patrones!”
Para desaparecer los cuerpos, Los Zetas, utilizaron métodos extremos, como incineraciones en tambos de metal y la quema de bodegas enteras hasta pozos a flor de tierra. Al final, el pueblo quedó devastado y el número de víctimas sigue sin esclarecerse, después de 14 años.
De manera oficial, se reconocen 26 desaparecidos, pero testimonios de sobrevivientes y documentos judiciales sugieren que la cifra real podría ascender hasta 300 personas, porque ¡nadie quiere investigar!
Según se documentó, el ataque fue ordenado por los entonces líderes de Los Zetas, Miguel Ángel Treviño Morales y su hermano Omar, en venganza contra los supuestos traidores dentro de su organización.
Se señaló que al menos tres integrantes de la organización de Los Zetas, Alfonso Poncho Cuéllar; Héctor El Negro Moreno y Luis La Güiche Garza, comenzaron a colaborar con las autoridades estadounidenses.
Descubrieron los Treviño que estos operadores habían proporcionado información clave sobre la red de narcotráfico de Los Zetas. Además, se sospechaba que habían sustraído hasta 10 millones de dólares de las ganancias del tráfico de drogas.
Por eso Z-40 y el Z-42 decidieron tomar represalias contra los traidores, sus familias y cualquier persona relacionada con ellos, amigos, compadres. El objetivo era dar un mensaje claro:
“Nadie podía traicionar a Los Zetas sin consecuencias”.
Estaba oscureciendo el 18 de marzo, un grupo de aproximadamente 60 sicarios, armados con potentes ametralladoras, todos enchalecados ingresaron a la ciudad de Allende, Coahuila.
Los pocos testigos declararon con los fiscales, que los criminales tenían los ojos rojos rojos, portaban artillería pesada, además de las ametralladoras, se movilizaban en convoyes de camionetas de lujo, se reían como enloquecidos.
La primera acción de Los Zetas, fue dirigirse al rancho de los Garza, propiedad de Luis La Güiche Garza, uno de los presuntos traidores. Derribaron la puerta con una camioneta a toda velocidad, dispararon contra la propiedad y secuestraron a todos los que estaban en el lugar, niños, mujeres y viejitos.
Lo más atroz fue que durante las siguientes 48 horas recorrieron el pueblo, despacio, como siguiendo un argumento, secuestraron a cualquier persona que tuviera el apellido Garza o alguna conexión con los traidores.
—¡Ey, cabrón, di tu nombre completo!”
—¿Conoces a los Garza?
—Sí, señor.
—¡Ey súbelo, vente para aca!
Los sicarios de Los Zetas, bajaban y a punta de golpes los subían a las camionetas.
Los habitantes de Piedras Negras, Acuña, Nava y Villa Unión también fueron perjudicados, ya que el ataque se extendió más allá de Allende, la venganza con sangre se cumplía.
Una de los descubrimientos más alarmantes sobre la masacre fue la complicidad de la Policía Municipal de Allende. Según un informe del Colegio de México, los agentes recibieron órdenes:
1.- No deberían salir a patrullar durante el ataque.
2.- Evitar responder a los llamados de auxilio de la población.
3.- Deben detener a cualquier persona con el apellido Garza y entregarla a Los Zetas de inmediato.
Durante todo el fin de semana, los sicarios actuaron sin oposición.
Nunca hubo presencia del Ejército ni de la Policía Federal, ni los marinos, ni del entonces presidente Felipe Calderón Hinojosa, ni Genaro García Luna, entonces jefe de Seguridad Pública de México que ya fue condenado en 2024 a 38 años y 8 meses de prisión en Estados Unidos de Norteamérica por sus vínculos con el narcotráfico.
Luego, el sábado 19 de marzo, Los Zetas llevaron a sus víctimas a dos puntos clave: el rancho los Garza y el de Los Tres Hermanos. En estos lugares, los secuestrados fueron asesinados y sus cuerpos incinerados.
Para evitar dejar rastros, Los Zetas usaron gasolina y tambores de metal para calcinar los restos.
Los sicarios hicieron un relato espantoso:
“Después de cinco o seis horas de fuego, con gritos en algunos casos que se fueron apagando con el crujir de la lumbre, los cuerpos quedaron reducidos a cenizas y grasa humana que escurría por los botes”.
Los sicarios de Los Zetas, también saquearon y destruyeron 32 casas y dos ranchos permitiendo que los vecinos entraran a robar antes de incendiar las viviendas. Al final de la jornada, casi todo Allende estaba en ruinas, con humo por todos lados.
En 2017, la periodista Ginger Thompson publicó una investigación en ProPublica, donde sugirió que la masacre fue consecuencia de un error de la Administración de Control de Drogas (DEA, por sus siglas en inglés).
Según el reporte, la DEA recibió de un informante números telefónicos de los Treviño Morales. Sin embargo, al compartir esta información con las autoridades mexicanas, alguien la chismeó, la filtración llegó hasta Los Zetas que al descubrir la traición, ordenaron la venganza.
Desde entonces el personal de la DEA negó cualquier responsabilidad, inclusive dijeron que sus Unidades de Investigaciones Sensibles (SIU), nunca revelaron información confidencial.
Para ver la magnitud del reportaje de la compañera periodista, Ginger Thompson, sirvió de base para la serie documental “Somos”, estrenada en Netflix en 2021.
La producción dramatiza los hechos desde la perspectiva de las víctimas, mostrando la violencia extrema de Los Zetas y la complicidad de las autoridades, llenando de dolor a las ciudades de Coahuila y al país entero.
La serie fue una de las primeras en retratar a Los Zetas, una realidad del narcotráfico en México desde el punto de vista de los civiles, alejándose de la imagen de esos cárteles en telenovelas que sufren por amor.
Sucede que la masacre de Allende fue ignorada durante tres años. Las investigaciones comenzaron hasta 2014 cuando el periodista Diego Enrique Osorno publicó otro reportaje sobre los hechos.
Demasiado tarde, en 2019, los gobiernos federal, estatal y municipal ofrecieron una disculpa pública a los familiares de las víctimas. La entonces secretaria de Gobernación de Morena, Olga Sánchez Cordero, reconoció la omisión del Estado y prometió justicia.
Sin embargo, a más de una década de la tragedia, ni siquiera hay detenidos clave por la masacre, la mayoría de los restos están sin recuperar, las familias siguen esperando justicia y reparación del daño.
Los hermanos Z-40 y Z-42 fueron detenidos en 2013 y 2015, respectivamente, nunca les preguntaron: “no sea que se vayan a molestar los señores”. Después de años en prisiones mexicanas, fueron extraditados a Estados Unidos porque en nuestro país, se oculta todo, cero transparencia.