Desde Mi Escondite: Apuntes Desclasificados. Hubo tiempos en que la Policía Municipal de Matamoros se auto gobernaba; los alcaldes en […]
Desde Mi Escondite: Apuntes Desclasificados.
Hubo tiempos en que la Policía Municipal de Matamoros se auto gobernaba; los alcaldes en turno solamente nombraban a los secretarios de seguridad pública, por cubrir el cargo, no lo desempeñaban a cabalidad porque ese cuerpo estaba bien corrupto, lleno de policías deshonestos.
Allá por 2006 se desempeñaba como Secretario de Seguridad Pública don Rubén González Chapa, un destacado abogado matamorense, notario público, al que el sistema priísta utilizaba como tapadera por su buen trato con las personas y obediencia al poder. Un hombre tan bueno para el sistema que permitió la quema del Comité Electoral de Matamoros el miércoles 11 de noviembre de 1992 y así Tomás Yarrington pudo ser alcalde.
En aquel tiempo, cada que iba a buscar con él datos al Comité Electoral, siempre, de manera amable me ofrecía apoyos, como vales de gasolina o dinero para que me echara un café. A tanto rechazo, entendió que como reportero me interesaba más lo que él sabía o manejaba que sus atenciones personales.
Así que cuando llegó como Secretario de Seguridad Pública ya éramos amigos; él siempre fue muy abierto a los medios y conmigo hablaba derecho, incluso de temas muy delicados sobre su manejo de aquel podrido cuerpo policiaco.
En su despacho todos los días recibía quejas de personas atracadas por la policía, otros porque los golpeaban y el viejo don Rubén a su estilo les imponía correctivo a los malos elementos, los regañaba, hablaba con ellos, pero era imposible tener bajo control una horda que operaba sin ley 24 horas del día, los 365 días del año en tres turnos, con 60 patrullas con tanque lleno, armados, y con licencia para robar. Fueron los depredadores más peligrosos que haya conocido la ciudad, acabaron con el turismo que venía de Estados Unidos.
A la policía no le ganaba nadie para hacer trampas, agarraban parejo el sistema de ellos era poner ganchos en las calles de la ciudad, mujeres prostitutas y hombres del mismo oficio.
En la red llegaron a caer hasta curas como el padre Renato Pompa que en ese tiempo vino a Matamoros de Reynosa y levantó a una damisela en la calle 10 y Morelos; la mujer le dijo que si se iba con él pero que mientras diera la vuelta a la manzana por que iba por su bolso mano. En ese Intervalo le habló a la policía y cuando ya la llevaba, la patrulla los atoró en las puertas del hotel La Hacienda del Viejo, que está por la Diagonal y 16. Allí frente a nosotros le bajaron 2 mil dólares para dejarlo libre.
Ante esta situación don Rubén, algo ingenuo tal vez, no creía que sus elementos llegaran a esa bajeza, y entonces me pidió que lo acompañara a patrullar un día en la noche pero que fuéramos en mi camioneta, mi Mazda eterna, guinda, 1991.
El fin semana salimos él y yo solos. Yo manejaba y él dictaba la ruta. El centro de la ciudad por el Barrio de la Capilla estaba lleno de patrullas, nos pasaban zumbando. Algunos ya conocían mi camioneta. Lo que no sabían es que conmigo andaba su patrón, la mera cuerda.
Tomamos la calle Rayón entre 10 y 11, había a mediación de cuadra un hombre vestido de mujer parado en la acera derecha. Dimos la vuelta y aquel figurín nos hacía señas para que nos paráramos. Don Rubén me dijo: “Párese a ver qué quiere esa persona”. No se si él ya sabía lo que quería, pero yo si. Don Rubén bajó el vidrio y aquel figurín piquito colorado con voz muy sensual nos dijo que se quería ir con nosotros. Yo le dije que no cabía. Insistía diciendo que se iba sentado en las piernas del señor. “Ya nos vamos, venimos otro día en carro”. Entonces don Rubén dijo: “vámonos”, pero apenas iba acelerar cuando una patrulla se nos emparejó. El piquito colorado quiso correr, pero lo atoraron antes de meterse a su ratonera, una casucha de madera que todavía está allí. Y el otro se fue sobre de nosotros gritando para que nos bajáramos. Y mientras el otro policía traía a empujones al que había corrido, el que estaba con nosotros abre la puerta del lado mío y que ordena que nos bajáramos a lo que accedimos. Ya abajo, el que traía arriando al del piquito colorado reconoció a don Rubén y gritó: “Es el jefe”. “A chingao”, dijo el otro. Yo me quedé callado y don Rubén muy tranquilo, les dijo: “Dejen a esta persona que se vaya”.
Los policías le pidieron disculpas.
Don Rubén les dijo que mañana los veía en el cambio de turno para arreglar el asunto.
“Tenía razón usted, estos policías son muy deshonestos pero le prometo que las cosas van a cambiar”, me comentó en el camino muy compungido.
Al día siguiente hizo una redada de todos los malvivientes del sector y obligó a los policías a no parar ningún auto ni molestar a ningún ciudadano si de entrada no se daba aviso al oficial de radio por la radiofrecuencia.