Desde Mi Escondite: Apuntes Desclasificados. El uno de enero de 1993, tomó posesión Tomás Yarrington como presidente municipal de Matamoros […]
Desde Mi Escondite: Apuntes Desclasificados.
El uno de enero de 1993, tomó posesión Tomás Yarrington como presidente municipal de Matamoros y su lema fue: “Vamos por el rescate de Matamoros”.
Llegó con todo el poder del salinato y con el apoyo extraordinario de su amigo el gobernador Manuel Cavazos Lerma.
Los que conocen a Tomás saben que es un tipo extremadamente, arrogante y escrupuloso. Pero hay que reconocer que nadie de los últimos alcaldes ni gobernadores de Tamaulipas le ha llegado a Tomás en su desempeño social como líder en todos los sentidos.
Los primeros días de estadía en Presidencia Municipal de Matamoros, Tomás mandó desinfectar desde paredes a techos y hasta cambió todos los muebles de su despacho y Secretaría particular.
Su antecesor, don Jorge Cárdenas González, un hombre recio, no se fijaba en exquisiteces, lo mismo si la gente iba y le regalaba un puerco lo aceptaba y por un rato lo tenía en su oficina hasta que alguien lo recogía.
Ante esta situación Tomás que soñaba con ser presidente de la República quitó las sillas convencionales de la sala Benito Juárez y colocó una mesa oval con más de 20 sillas de madera, pero la silla principal, la de mero al frente, la adornó con un águila semejando la silla presidencial.
Entonces Tomás cerró las puertas y ya no se dejó ver fácilmente y exigía a sus funcionarios cercanos que vistieran de manera formal con traje y corbata y para asegurarse que nadie se colara a su despacho colocó cerraduras eléctricas y hasta a un policía puso al lado de su acceso.
Una vez todo aquello convertido en un búnker le pidió a Blanca Beltri, jefa de relaciones públicas que le consiguiera media docena de edecanes y así llegaron a la oficina de Tomás a Presidencia Municipal de Matamoros unas muy guapas jóvenes en minifalda que atendían a los invitados. Entre ellas estaba Cindy Chapa Escobedo, con quien Tomás formó otra familia.
El cambiazo de acceso a Palacio Municipal de don Jorge Cárdenas a Tomás Yarrington fue drástico porque el viejo bigotón tenía las puertas abiertas pero el nuevo inquilino las había hecho exclusivas.
La gente llegaba porque querían ver a Tomás y se los negaban, porque las agendas estaban saturadas para el jodido, mientras que para el rico perfumado y pomadoso estaban abiertas, porque por la parte posterior a su oficina conectaba el caracol una escalera por donde recibía a escondidas a sus invitados preferidos, desde maleantes a políticos de mala fama. Afuera solo se oían las carcajadas y el olor a habano, mientras las edecanes afanosas los atendían con esmero.
Un día llegué muy temprano a Presidencia Municipal. Solía hacerlo así porque al igual que en la noche ellos desahogaban sus agendas de esta manera sin reporteros como testigos.
Esa mañana me encontré a Ramiro Valencia Rodríguez, el policía que cuidaba allí, amigo de la infancia y de todas las confianzas de Tomás con las puertas abiertas de par en par y adentro un alboroto de desinfectación y limpieza.
-¿Y ahora, qué pasó aquí, por qué tanto movimiento? -le pregunté-.
-Un cabrón burló anoche la vigilancia, vino y se cagó en el caracol y en la oficina de Tomás. Ahorita vino el jefe pedorreó a todos y se fue. Ya andan limpiando.
Ese fue el último día de Valencia en ese punto. Tomás ya no lo quiso allí y aunque la culpa no había sido de él, tuvo que apechugar. Ya se jubiló como agente de Tránsito.
Alguien le hizo esa travesura a Tomás Yarrington sabiendo que lo iban a hacer pasar un mal rato y lo lograron. Fue el peor golpe a su arrogancia.