Desde Mi Escondite: Apuntes desclasificados. Hace ya unos tres lustros, en una cantina de mala muerte de El Barrio de […]
Desde Mi Escondite: Apuntes desclasificados.
Hace ya unos tres lustros, en una cantina de mala muerte de El Barrio de la Capilla me metí a echarme una cerveza porque hacía algo de calor.
En la barra, apenas le acababa de dar el primer trago a mi cerveza Corona cuando vi a mis espaldas por el espejo que se acercaba a mi una una persona: Era El Chamaco Becerra, un luchador que había sido mi alumno de bachillerato.
Me palmeó y me saludo, mientras me dijo:
“Profe, échese una cerveza acá con nosotros”.
A mi izquierda, había como cinco luchadores más en la mesa acompañándolo.
Los saludé y me empezó a contar El Chamaco Becerra:
“Fíjese Profe, que, El Águila Salvaje está bien paniqueado, anda bien asustado porque en la mañana que se levantó, encontró una gallina muerta en la puerta del cuartito donde vive”.
Frente a mi estaba El Águila Salvaje, cuyo nombre es Ramón Pérez, y si, se veía muy asustado.
Águila, platícale al profe lo que te pasó. Y Me empezó a platicar asustado:
“Era una gallina negra, estaba en la entrada del cuarto donde vivo, y la verdad ando asustado porque se que se trata de alguien que me quiere hacer una brujería”
-¿De quien sospechas? -le preguntamos-.
-Creo que ha de ser una vieja que me tiene mala voluntad.
-Y tú crees en esas cosas de la brujería, Águila.
-Si, si creo, porque es real, y la verdad me siento mal, me está haciendo efecto.
Ya arrequintado, El Águila Salvaje, se veía allanado y por más que sus compañeros luchadores le daban ánimo, aquel embrujo con gallina negra, había impactado su espíritu de temido gladiador águila para convertirse en arisca, pero mansa gallina.
Al momento de la retirada, tan mortificado y temeroso estaba El Águila Salvaje, que les dijo a sus compañeros que temía regresar a dormir a su casita.
-¿Tienes miedo Águila? -le pregunté con cierto morbo ante la burla de sus compañeros-.
-Si.
Estás asustado Águila -le respondí-. Yo soy brujo. Si me permites que te acompañe hasta tu casa a ver esa gallina negra con la que te embrujaron, yo te prometo que te voy a curar; que te voy a retirar todo mal. Yo sé como hacerle.
Al oír mis palabras, El Águila, infló la quijada y trató de acomodar su musculoso cuerpo enganchado, lleno de tatuajes y borrones de tinta china.
Me respondió:
-Vamos ingeniero.
Se subió a mi camioneta Mazda guinda 1991 y llegamos a unos cuartuchos de madera color verdes que están todavía a unas dos cuadras de la central camionera.
Casi lo bajé a empujones para que me mostrara la famosa gallina negra que lo había convertido a él también en gallina.
Apuntó con el dedo al bote donde estaba aquel animal tieso y planchado por la demás basura que tenía arriba.
Metí la mano al bote y la saqué colgando de las dos patas con el pico apuntando al suelo.
Donde me quise acercar a él con la gallina muerta, El Águila Salvaje pegó el reparo hacia atrás bien asustado.
Para eso yo ya traía mi famosa cámara piñatera en la mano derecha y que le dejó caer el primer flachazo en la oscuridad, mientras le gritaba:
-¡Agarre la gallina cabrón, agárrela, no le tenga miedo! Agárrela y aguante una foto con ella, porque sino voy a publicar en la revista que El Águila Salvaje es tan miedoso que es suficiente una gallina negra para amedrentarlo.
Al verme decidido, me le fui acercando y lo arrinconé con la gallina negra en la mano. Sin más remedio tomó la gallina de las patas y temeroso dijo: “A la vieja que me echó esta gallina aquí le digo que me traiga más, pero vivas, para hacerle un caldo”. Y así lo curé de espanto.