Los hermanos Miguel Ángel y Omar Treviño Morales eran temidos en Tamaulipas, así como en Texas, Estados Unidos, pese a […]
Los hermanos Miguel Ángel y Omar Treviño Morales eran temidos en Tamaulipas, así como en Texas, Estados Unidos, pese a que el río Bravo los dividía, sus rivales y aliados les temían, que algunos decidieron testificar en su contra, porque los Jefes Zetas repartían la muerte al azar.
El gobierno estadunidense tiene fotografías y testimonios con los que construyó un caso, cuyo expediente escurre sangre, es como una pesadilla narrada en primera, segunda y tercera persona, es tan real que causa escalofrío.
Los Jefes Zetas, Miguel Ángel y Omar enfrentan desde el 14 de marzo su audiencia de arraigo, donde se les acusará formalmente de crimen organizado, tráfico de cocaína y mariguana, lavado de dinero y portación de armas de fuego.
Así, ya se ventila que el peor de los hermanos era, sin duda, Miguel Ángel El Z-40.
Mientras José María Guízar Valencia, se tronaba los dedos en el banquillo de los acusados, allá en la Corte de Estados Unidos, el Fiscal viendólo a los ojos, le preguntó:
-¿A cuántas personas mató Miguel Ángel Treviño, que usted supiera?… ¿más de 300?.
José María, el Z-43, uno de los sicarios de confianza de Miguel Ángel y testigo colaborador de Washington, respondió fríamente:
-Mató a más de 300 personas -respondió Guízar el sicario-.
Viendo que dudaba en su respuesta, el Fical lo apresuró:
“¿Más de 500?..”
-Podría ser, apuntó El Z-43.
Si en la sala de La Corte había silencio para escuchar las respuestas, esta última frase heló la sangre del jurado y el ambiente se hizo asfixiante.
Según el testigo Z-43, Miguel Ángel Treviño no solo se ensuciaba las manos a la hora de asesinar, torturar o desaparecer gente… Lo disfrutaba, en ocasiones mojaba los labios con su lengua, que se le resecaban por las maniobras que estaba haciendo.
Arrastró las palabras el Z-43 al decir:
“Personalmente, lo hacía personalmente Miguel Ángel. Tomaba la pistola, el cuchillo o algún objeto, a veces bates de béisbol y los estrellaba en la cabeza o en el tórax, cuya víctima lloraba de dolor, resoplaba para aguantar el castigo:
¡Ya no por su mamacita, ya no..!
Los colgaba Miguel Ángel, los arrastraba o los aplastaba con camionetas de todo tipo, hasta las cosas se embarraban de sangre pegajosa.
Era agosto de 2021 y El Z-43 testificaba que a Miguel Ángel y a Omar Treviño les gustaba asistir a campos de entrenamiento Zeta, donde formaban a futuros sicarios, eran los famosos centros de exterminio que ni siquiera oyó hablar Jorge Cuéllar Montoya, secretario ejecutivo del Sistema Estatal de Seguridad Pública y vocero de Seguridad de Tamaulipas:
“A Omar y El 40 les gustaba ir allí y entrenar. Y yo siempre estaba con ellos, así es como me involucré en eso”.
El Z-43, aseguró se practicaba el Disparo de francotirador, Escape de camionetas; Irrupción en casas; cómo no chocar entre cada uno; cómo colocarnos para no dispararnos entre nosotros.”
Otro sicario de Los Zetas, testigo protegido, Eduardo Carreón Ibarra, conoció a Miguel Ángel Treviño y comenzó a trabajar como sicario:
“A finales de 2005, Eduardo Carreón, fue enviado a un campo de entrenamiento por Miguel Ángel, el Jefe Zeta, donde practicaban asesinando personas que eran llevadas al campamento y eran rivales del Cartel.
Según El Z-40 siempre lideró el cártel, incluso por encima de Heriberto Lazcano Lazcano, El Lazca, histórico líder y reclutador de los primeros miembros de la organización criminal.
Así El Z-40 daba órdenes, ponía y quitaba gente. Por ejemplo, fue el autor intelectual y material del asesinato de Juan José León Ardón, Juancho, un traficante de cocaína guatemalteco que colaboraba con Los Zetas, así como quien habría ordenado y participado en la masacre de Allende, Coahuila, en 2011, junto a su hermano Omar.
Wenceslao Wence Tovar Jr, otro sicario de Los Zetas, asegura también haber ingresado en los campos de entrenamiento de Los Zetas (que el gobierno de Tamaulipas desconoce), y ver cómo su máximo líder, El Z-40, disfrutaba asesinar con su propia mano a sus víctimas.
“Después del campamento, Wence ayudó a secuestrar a cientos de personas en Nuevo Laredo, quienes finalmente fueron ejecutadas por Miguel Ángel Treviño”, relata el expediente judicial en manos de Estados Unidos.
Como si fuera poco, El Z-43 recordó los guisos de Los Zetas (los primeros entre los narcotráficantes): tambos con químicos para disolver los cuerpos de las personas que, de acuerdo con su propio testimonio, desparecían un día sí y el otro también:
“Las únicas veces que los vi (los guisos) fue porque Miguel Ángel iba a las cocinas. Cada ciudad tenía su propia cocina. Nuevo Laredo, Monclova, Piedras Negras, Allende, Nava, Matamoros, San Fernando. Cada ciudad tenía su propia cocina para cocinar a sus propios detenidos”.
El Z-43 continuó pero bajando un poco su voz, como si contara un secreto, hasta que fue reconvenido para que hablar más fuerte, así dijo:
“Cada día detenían gente. Desaparecidos cada día. Era una guerra horrible donde no murieron miles de personas, sino cientos de miles”.
Así, el perfil de El Z-40 es como el de pocos, o ningún narco. Un hombre que disfrutaba de asesinar y que no necesitaba de un motivo para hacerlo:
“Era Miguel Ángel una persona sin emociones, no tenía empatía. Mató gente todos los días y experimentaba. Era un psicópata. Estaba enfermo. Nos habría matado a todos, estaba por encima de todos, al más alto de los niveles.”
Lueo se dirigió a la ropa El Z-43:
“Incluso si estábamos en una fiesta y yo estaba mejor vestido que él, habría planeado matarme”.
Luego fue enfático que su violencia no solo llegaba a las personas, sino a animales, como los caballos de carreras a los que era aficionado incluso los usaba para lavar dinero en Texas:
“Si sus caballos fallaban, los sacaba de sus corrales y les pasaba por encima con sus camionetas, con las camionetas blindadas, pasaba por encima una y otra vez y después jugaba con ellos, así hasta que estuvieran muertos y su ropa manchada de sangre”.
Pero Los Jefes Zetas, Miguel Ángel y Óscar, están a la espera, pocos dudan que vayan a ser condenados a muerte, porque en Nueva York solo hay cadena perpetua.